El futuro, dicen las
banderas que tiemblan en la voz de las plazas (y en la voz de ella)
“no será de las cifras
verdes”, ni será de las empresas anónimas, ni será enjaulado
en las bocas de los
que de todo se creen dueños.
No hará su sede en los
relojes que titilan soles artificiales
Ni en los paraísos de las
selvas (vírgenes o fiscales),
ni harán cuentas en
donde se improvisen noches
con los sueños de la
mayoría,
para que pocos beban
el champagne sínico
brindando por los allí
ausentes
No serán sus armas
letales, sus obscenas escenas de liquidez,
su pesca
indiscriminada de cadáveres
las que el futuro agende.
El futuro no será de
los cuerpos pseudo humanos fabricados por los bancos de la felicidad,
ni se dejará sonreir
por los rostros financieros,
embellecidos (embellecidos?)
del colágeno de la transacción.
Tampoco habrá futuro
en las pantallas,
Pese a que se vistan e
impongan como inexorable
futuro.
Las pantallas, ese
mantra mentiroso y permanentemente codificado
con los algoritmos controlados
,
de carácter policial
(prefiero la libertad cuando ella me mira).
Las pantallas, esas
velas ardientes que secan las gargantas críticas,
ofreciendo su excesiva
bebida del sentido común para calmar la sed.
El futuro no será de
los que apresan a los y las militantes políticos
Es decir, de aquellos
que quieren presa a la política.
No será de los tecnócratas.
El futuro en cambio será
de las canciones (que ella también cantará).
Pero no será hoy,
porque esa canción aún
está por escribirse.