Las lucecitas del
consumo, legítimo consumo, llenan las bolsas de otra navidad. ¿No es cierto? En la avenida Rivadavia de mi barrio la
gente va y viene, viene y va. Sus sonrisas de vestuario, esas frentes húmedas
que al calor de los queridos impulsa otra compra. Y otra. Y otra… Permiso, perdón,
buenas tardes, felices fiestas. Las frases de la buena vecindad no cancelan sin embargo una profunda herida en
la ciudad y en sus todavía ciudadanos.
Los gruñidos del malhumor social,
causado por diversas razones para cada quien lanza unos finos y persistentes
chirridos que se entremezclan en el aire, con una tibia respiración hecha de
puteadas. Finalmente la verdad se enciende y una situación alarmante en las
calles de mi barrio, entre juguetes y ropa de color, entre regalos y cartitas
del buen vivir se hace oír, para quien quiera oír: cada vez más compatriotas
durmiendo en las calles y la ausencia en las aceras y plazas de “nuestros”
presos políticos.